20 minutos
Corrían
los 2000, segundo de la ESO es una etapa complicada para un chaval del
Barcelona, zurdo y con cierto parecido a Jesulín de Ubrique (eso decían).
|
Todo
fluía relativamente bien o eso pensaba ese joven, porque no todo fluía como
debía. Un día sin aviso previo una fuerte dolencia brotó de su abdomen, un
dolor intenso, punzante y que no tenía fin después de cada ingesta de
alimentos.
|
Asustados,
sus padres le llevaron a las urgencias de uno de los grandes hospitales de la
ciudad que habitaban. El día de la hispanidad lucía en lo alto del edificio,
esa mole de cemento, donde dolor y cura se mezclan día tras día.
|
Llegaron
a uno de los peores lugares donde puede estar una persona, las urgencias de
un gran hospital. Allí, después de una larga espera e interminables pruebas,
llegó el veredicto...disculpa muchacho, dijo el frío doctor, ¿hace cuanto no
alivias tus intestinos? Preguntó saboreando cada una de sus palabras tras una
leve sonrisa... quizás días, contesto el asustado muchacho...
|
Minutos
más tarde, tumbado en una camilla, bajo la mirada de varios estudiantes y
despojado de sus pantalones, el muchacho escuchó las siguientes
órdenes...ponte en posición fetal y tranquilo, notarás algo frío y a mi señal
tendrás que hacer fuerza.
|
Una
pera con medio litro de laxante se dirigía hacia su esfínter y no había nada
que hacer, sólo dejar que pasara.
|
Todos
fueron testigos, padres, estudiantes, enfermeros, todos lo vieron...ya puedes
apretar, se escuchó en la sala. Todo había terminado o eso creía él.
|
Mientras
el muchacho se vestía avergonzado, escuchaba la conversación del médico con
su madre. Será cuestión de 20 minutos, le dijo el doctor.
|
¿20
minutos para que? Se preguntó el muchacho; pronto lo entendió.
|
Pasaron
esos 20 minutos y algo incontenible emergió de el, algo que no podía esperar
y que rápido salió de su cuerpo.
|
Qué
alivio, qué sensación de ligereza. El muchacho se sabía curado, el terrible
episodio y toda la vergüenza habían merecido la pena. Hablo alegremente con
el doctor, ese antiguo enemigo y sádico personaje que ahora era su héroe,
¿mejor? Le dijo el doctor, si contesto con la cabeza y con una amplia sonrisa
el muchacho. Perfecto, pues a casa a descansar, concluyó el doctor.
|
A
veces, la vida no te prepara para ciertos momentos, sobre todo cuando el ser
humano pierde toda su humanidad y se rebaja a su forma más animal en cuestión
de segundos. Pues otra vez estaba en la misma situación, otra vez algo
emanaba de él, algo que no podía esperar, algo para lo que la dignidad no
está preparada.
|
Corrió
por el interminable pasillo, escuchando la voz de su madre, ¿que te pasa? Le
preguntaba preocupada. El no podía contestar, no de una manera racional...dos
palabras, dos palabras lapidarias salieron de entre sus dientes...me cago.
|
Al
final del pasillo estaba el baño, el lugar donde lo más indigno está
permitido, donde todo tipo de sonido, olor y quejido está permitidos. Donde
él sabía que todo podía terminar.
|
Abrió
la puerta, y la suerte se alió con él, estaba vacío, pero no siempre se puede
cantar victoria...cuando en un rápido movimiento perfectamente coordinado,
abrió la puerta del aseo mientras bajaba sus pantalones, algo en él falló,
algo no esperó la orden, era su esfínter.
|
Un
fuerte caudal emanó de su cuerpo, como si fuera una manguera sin control,
manchando paredes, suelo y puerta...está vez todo había terminado. Solo para
él.
|
Mientras
él se aseó como buenamente pudo, perdiendo allí su prenda más íntima, ya que
no había nada que salvar, se abrió la puerta.
|
Se
llamaba Mercedes, Merceditas para los amigos, y le quedaban dos meses para la
jubilación después de muchos años en el servicio de limpieza del hospital y
creía haberlo visto todo.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario