lunes, 10 de noviembre de 2014

El brindis

            Una vez, en el Monte Olimpo, los dioses y diosas se encontraron con un problema. Los seis sentidos habían sido invitados a una fiesta por Dionisos, dios del vino, pero ni siquiera las más deliciosas bebidas, servidas por la generosa mano de su mayordomo, Baco, pudieron satisfacerlos por completo a todos. Los sentidos –al menos cinco de ellos- se sintieron satisfechos de contribuir a aquellas reuniones. La animación achispó los ojos de la gente, que se puso a danzar por todas partes. El Tacto pasó mucho rato dando sorbos de vino, asintiendo sabiamente e intercambiando opiniones con el sentido del Habla, que estaba ocupado con un cuaderno de notas –ambos podrían haber sido escritores sobre el vino-. El Gusto se relamía los labios y se sumía en expresiones de satisfacción tras cada trago, al tiempo que miraba con algo de desdén a la Vista, que mantenía la copa en alto y a la luz del sol, y también al Olfato, que emitía sonidos parecidos a los de un cerdito oliendo una deliciosa flor. Todos los sentidos estaban ocupados, excepto uno. Se trataba de una persona gruñona que no había bebido en absoluto y que se dirigió a Dionisos con actitud quejosa.
            “¡Siempre me dejas fuera! Todos pueden obtener algo del vino, pero yo no… ¿Cómo podría oír yo al vino?”, dijo el sentido del Oído.
            “Por supuesto que podrías”, contestó Dionisos jovialmente, “métete en un lagar, donde comienza a hacerse el vino, y podrás escuchar y deleitarte con los chasquidos, chapoteos y borboteos de la fermentación”.
“¡Pero no es suficiente con estar allí!”, objetó el Oído, y prosiguió: “Todos vosotros lo pasáis en grande alrededor de la mesa; pero, a menos que alguien rompa una copa o vierta el vino, nada hay para mí en esta fiesta”.
Entonces, Dionisos le cogió una copa a Baco, quien le dio un ligero codazo invitador al Oído para que éste cogiera otra.

“Ahora, ¡escuchad! Siempre que la gente se reúna para disfrutar del vino, deberán hacer esto…”, y Dionisos levantó su copa aproximándola a la del Oído hasta tocarla y emitir un agradable sonido. “¿Habéis visto?”, dijo el dios del vino, “tanto si es cristal contra cristal, como bronce contra bronce, como barro contra barro, ¡ésta será la música de aquellos que aman el vino!¡Salud!”.  El sentido del Oído quedó muy sorprendido y se apresuró a ir chocando su copa con las de todos… Hasta que Juno comunicó a Dionisos que había ya mucho cristal roto en el suelo, que las damas querían limpiarlo para no herirse los pies y que, aunque Caronte siempre estaría dispuesto a verter los restos a la laguna Estigia, tantos cristales rotos sin duda no serían buenos para los peces…

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