Una vez, en el Monte Olimpo, los
dioses y diosas se encontraron con un problema. Los seis sentidos habían sido
invitados a una fiesta por Dionisos, dios del vino, pero ni siquiera las más
deliciosas bebidas, servidas por la generosa mano de su mayordomo, Baco,
pudieron satisfacerlos por completo a todos. Los sentidos –al menos cinco de
ellos- se sintieron satisfechos de contribuir a aquellas reuniones. La
animación achispó los ojos de la gente, que se puso a danzar por todas partes.
El Tacto pasó mucho rato dando sorbos de vino, asintiendo sabiamente e
intercambiando opiniones con el sentido del Habla, que estaba ocupado con un
cuaderno de notas –ambos podrían haber sido escritores sobre el vino-. El Gusto
se relamía los labios y se sumía en expresiones de satisfacción tras cada
trago, al tiempo que miraba con algo de desdén a la Vista, que mantenía la copa
en alto y a la luz del sol, y también al Olfato, que emitía sonidos parecidos a
los de un cerdito oliendo una deliciosa flor. Todos los sentidos estaban
ocupados, excepto uno. Se trataba de una persona gruñona que no había bebido en
absoluto y que se dirigió a Dionisos con actitud quejosa.
“¡Siempre me dejas fuera! Todos
pueden obtener algo del vino, pero yo no… ¿Cómo podría oír yo al vino?”, dijo
el sentido del Oído.
“Por supuesto que podrías”, contestó
Dionisos jovialmente, “métete en un lagar, donde
comienza a hacerse el vino, y podrás escuchar y deleitarte con los chasquidos,
chapoteos y borboteos de la fermentación”.
“¡Pero
no es suficiente con estar allí!”, objetó el Oído, y prosiguió: “Todos vosotros
lo pasáis en grande alrededor de la mesa; pero, a menos que alguien rompa una
copa o vierta el vino, nada hay para mí en esta fiesta”.
Entonces,
Dionisos le cogió una copa a Baco, quien le dio un ligero codazo invitador al
Oído para que éste cogiera otra.
“Ahora,
¡escuchad! Siempre que la gente se reúna para disfrutar del vino, deberán hacer
esto…”, y Dionisos levantó su copa aproximándola a la del Oído hasta tocarla y
emitir un agradable sonido. “¿Habéis visto?”, dijo el dios del vino, “tanto si
es cristal contra cristal, como bronce contra bronce, como barro contra barro,
¡ésta será la música de aquellos que aman el vino!¡Salud!”. El sentido del Oído quedó muy sorprendido y se
apresuró a ir chocando su copa con las de todos… Hasta que Juno comunicó a
Dionisos que había ya mucho cristal roto en el suelo, que las damas querían
limpiarlo para no herirse los pies y que, aunque Caronte siempre estaría
dispuesto a verter los restos a la laguna Estigia, tantos cristales rotos sin
duda no serían buenos para los peces…
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