En el año 2008, en un pequeño rincón de la finca el Corral del Coto de
Ariza decidimos recuperar una pequeña parcela. Nuestro padre, un hombre de
campo con manos curtidas por el trabajo y un corazón lleno de sueños, decidió
arrancar una parte de una vieja viña. La tierra, yerma y cansada, parecía haber
perdido su vigor, pero no estábamos dispuestos a abandonarla y vimos en ella un
potencial que pocos podían imaginar.
Fué entonces cuando, con determinación y esfuerzo, plantamos 120 pequeñas
encinas truferas, cada una de apenas 15 centímetros de altura. El trabajo fue
duro, agotador incluso. Cavar hoyos en la tierra seca, proteger las frágiles
raíces y asegurarnos de que cada árbol tuviera suficiente espacio para crecer
fue una tarea que nos llevó mucho tiempo, protegerlas con una valla de 1000
metros, con cientos de postes de madera que tuvimos que clavar en la tierra
seca.El proceso de la valla fue agotador.
Clavamos los postes en la tierra, colocamos cada uno de ellos, nos aseguramos de
que estuvieran nivelados y luego extender la malla. Cada metro de valla
construido era una victoria, pero también un recordatorio de lo mucho que aún
quedaba por hacer.
Hubo momentos de frustración y cansancio, pero también de risas y
camaradería. Nos turnábamos para animarnos,compartiendo
historias y sueños. A veces, discutíamos sobre la mejor manera de hacer las
cosas, pero siempre encontrábamos una solución.
Pero lo más difícil estaba por venir.
Los primeros veranos fueron una prueba de paciencia y resistencia. El sol
abrasador y la falta de lluvia nos obligaron a acarrear agua, cientos de viajes
con la furgoneta y el depósito de 300 litros, muchos metros de tubos con gotero
para regar las pequeñas encinas. Cada gota de sudor y agua que caía sobre la
tierra era una promesa de que, algún día, ese esfuerzo daría sus frutos. Años
pasaron, y con ellos, muchas jornadas de espera y cuidado. Las encinas
crecieron lentamente, pero con firmeza, hasta convertirse en árboles robustos y
majestuosos.
Hoy, 1 de febrero de 2025, después de casi 17 años de trabajo y dedicación,
hemos recolectado las primeras 9 trufas.Agradecemos a Sergio por la dedicación en entrenar a su magnifica perrita NOA que ha encontrado las trufas.
La emoción que sentimos es
indescriptible. Ver cómo aquel sueño, que comenzó con una tierra yerma y unas
pequeñas encinas, se ha convertido en una realidad, nos llena de orgullo y
gratitud. Las trufas, oscuras y aromáticas, son el fruto de años de esfuerzo,
de preocupación y de días de trabajo incansable.
Esta cosecha no es solo un logro, sino un recordatorio de que, con
paciencia y perseverancia, incluso la tierra más agotada puede renacer y dar
vida. Hoy celebramos no solo las trufas, sino el camino que nos ha traído hasta
aquí, un camino marcado por el amor a la tierra y la fe en un futuro mejor.
Hoy, rendimos homenaje a la tierra que nos vio nacer,esta tierra difícil que nuestros
abuelos trabajaron con amor, y que ahora, generosa, nos entrega sus frutos.
Esta tierra, testigo de sueños y sudores, guarda en sus entrañas la historia de quienes la amaron, de quienes la cuidaron con manos callosas y esperanza,y hoy nos regala el tesoro de las encinas truferas,un legado que brota de raíces profundas.
En especial honramos a nuestro padre, José, hombre de campo, de silencios sabios y corazón noble, que supo cuidar esa tierra con valores, enseñanzas y un amor infinito por
la naturaleza.
Hoy, estas encinas truferas son símbolo de su esfuerzo,de su conexión con la tierra y de su legado vivo.
Gracias, PAPA, por ser el guardián de este pedazo de tierra,y por dejarnos un fruto que es, más que alimento,un símbolo de tu amor por
nosotros.
Que este homenaje sea un canto a la vida, a la tierra que nos une, y a la memoria de un hombre que supo honrarla con
su trabajo y su corazón.
¡Gracias, PAPA!
Por siempre en nuestras raíces.